Publicado en el diario El Día, 22 de octubre de 2006
por Fernando Moraga Acevedo
Nos informamos de que un mensaje puesto dentro de una botella arrojada al mar frente a las costas de Escocia y con aspiraciones de que llegase a Escandinavia, fue rescatado 47 días más tarde en Nueva Zelanda, lo que equivale a una casi vuelta al mundo.
Todo puede ocurrir, sostenía el poeta Raúl Correa Ramírez cuando en parecido trámite lanzaba botellas con sus versos en la costa de nuestra bahía, más algunas arengas para que pendolistas e ilusos se contagiasen con su convocatoria de integrarse en una cofradía de poetas navegantes que procuraba agrupar en una Nao de Coquimbo, tomando como modelo lo conseguido en su tiempo por Salvador Reyes, en Valparaíso.
Nunca supimos que alguno de sus envases diera alguna luz desde playas ecuatoriales, mexicanas o californianas. Pensábamos entonces que la densidad de los escritos las llevaron hasta el fondo de la Punta de Teatinos, impidiendo que la corriente de Humboldt y la del Trópico, al igual que la Kon Tiki, las derivara hasta algún atolón de la Oceanía, incluso Muroroa, a la que cantó antes de que su coralina hechura fuera destruida por los ensayos atómicos franceses.
O, a lo mejor, pues no tendría por qué no serlo, como le ocurrió a él, se resistían a dejar esta ciudad encantada donde encontró una razón de amor para un soneto que debería lucir en la ventana del alma de todo serenense querendón de su terruño: “Enamorado estoy de tu sonrisa que tras el sol revive las montañas cuando vistes de luz a las ventanas y caminas la vida tan sin prisa. Enamorado estoy porque la brisa me trae tu sonido en las campanas, recorre tus cabellos y mis canas al ritmo de tu llanto y de tu risa. Si palpo tus colinas de mujer, lo digo sin que nadie me lo exija; entero tiemblo de pasión terrena. Y al suspirar en cada amanecer eres abuela, madre, esposa e hija, razón de amor, ciudad de La Serena.
Nunca encontró tripulantes para su mítica nave. Sus convocatorias sólo contaban con la comprensión amable de Maranda y uno que otro condestable que ayudan a inflarle las velas de su imaginación para que optase por salir a regalar versos por las calles, que transportaba en una bolsa de compras, tocado, ora con un pajizo blanco que le daba razones para contar sus aventuras de sembrador de cebollas en Elqui con lo cual logró financiar sus publicaciones; o un boina que le motivaba para hablar de la Mistral y sus ancestros vascos.
La botella y su viaje dan motivo para pedir a nuestros poetas más jóvenes no olvidar a Correa. No en vano fue Premio Regional de Literatura cuando dicha mención equivalía a un Nacional, apenas un poco más menudo.
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